Epílogo: Soneto anónimo
Este soneto no me
pertenece.
Confieso que es un
séquito prestado
de versos, pues de vez
en cuando un hado,
si le place, de algunos
me abastece.
Y pensar que no es mío
me entristece
tanto menos que me
produce agrado
el saber que no existe
depravado
que se lo apropie; antes
enloquece.
Se basta el primer
verso, su poesía
es una confesión plena
de orgullo
zafándose de toda
tiranía;
y, tan anónimo como un
murmullo,
por más que alguien
defienda su autoría
al recitarlo asume que
no es suyo.
Cádiz, 2010
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