Yaziras Qadis desde la
crestería
La mañana más temprana
hizo suya Ben Zulema.
Más temprana por
preclara,
limpia y húmeda,
con bríos de postreros
nimbo-estratos
aparentemente secos de
tanto precipitarse
rezagados del tropel
y el estruendo de la
tropa
gris que cruzó el
firmamento
(más sombrío que
nocturno) aquella noche de rayos
y centellas y de luna
apostada y a la espera
de una sola claraboya,
ajímez sin parteluz
nuboso ni celosías,
por la que asomar su
'D'
de mayúsculo y
creciente
astro blanco itinerante.
La mañana azul se
echaba
a los hombros Ben Zulema
con un puñado de
dátiles y en otro pañuelo almendras,
justa alforja y
necesaria,
y un cuero con aguamiel
para cuando las tinieblas
y el cansancio asomasen
subiendo a la crestería,
por los ojos agotados
el dulce elixir meloso
encendiera nuevos
ánimos
de conquista de la
cumbre.
Siendo pues la claridad
y a un punto de ser el sol
casi, inicia Ben Zulema
su marcha por los
senderos de tránsito solitario
de cabras y solo a
veces
de pastores que se
atreven
y que suben al
encuentro
del alma que anda
perdida
entre las más amarillas
aulagas
tan espinosas,
manjares para los ojos y
también para las cabras,
bautizándose de jara
y de perfumado y mágico
juego de pequeños
trinos de multicolor cabeza
y de rápida apariencia
entre las espinas
jóvenes
de las más cercanas
ramas
de la encina en flor de
abril.
No es trayecto sin
embargo fácil el que elige el joven
tras la tormentosa
lluvia
de la noche que caló
los huesos de la
montaña
tan majestuosa, tan
descomunal que muy
pocos
se han atrevido a
subirla aun siendo cumbre suprema
entre numerosas cumbres
(según afirma el
viajero
y sabio Xerif Aledris)
de las tierras
circundantes;
una atalaya de riscos,
una diadema de piedra
escarpada desde donde
se intuye el mar azul,
lejos, a pies de Yaziras
Qadis,
y aún más allá, quieta,
África
en las mañanas azules
cuando la lluvia
perpetra
horas antes la limpieza
de las brumas
que entorpecen la
magnífica visión.
Y era magnífica aquella
mañana
de noche rota
y aventura adolescente.
“Lo que no alcancen mis
pies
que mis ojos me lo
acerquen”,
se decía Ben Zulema
en cada paso al sorteo
de acebuches y quejigos
empapados por la capa
cristalina de la lluvia
que llegó como se fue
la noche de la tormenta
en la sierra en la que
claman
al cielo azul
erigidos como grandes
puntas verdes
de lanzas y flechas
pinsapos.
Asus piernas de ágil
corzo
Ben Zulema añade sangre
de su corazón y exhala
por la boca
parte de la fuerza
necesaria para
afrontar los escarpados
calizos
salvaguardando
su cuerpo ya bautizado
con arañazos de espinos
que cortejan el
trayecto.
Todo su corazón, todo
necesita en la subida.
Y brota la juventud
en tanta sed que le
empuja
para continuar camino
arriba
trepando piedras
con los pulmones
henchidos
de bocanadas que toman
toda el alma de la vida
con los castigados pies
enfangados de paciencia
por el barro,
compañero de camino y
el ungüento
refrescante y
analgésico de resbaladizos golpes
con las piedras
predispuestas
como trampas del camino
hasta llegar a la cumbre.
Una, no; ni dos; ni
tres.;
hasta siete veces para
la acrobática escalada
en tanto que precipitan
por todo su cuerpo
lluvias
de sudores hostigados
por los tambores del
pecho.
A la invocación
sedienta
presto acude el
aguamiel.
Solo un poco de
refuerzo
a poco de acometer
la ya postrera subida,
último tramo supremo.
…
Hace ya bastante rato
que el astro rey usurpó
el vacío que se eleva
desde el suelo hasta el
ocaso
de la vista y evapora
el más húmedo cansancio
evidenciado en la saya
carmesí de Ben Zulema
que ha tomado su
turbante
para secarse la cara.
Pero ya se encuentra
arriba
sentado sobre la cresta
con el poniente de
frente
refrescando tanto
esfuerzo.
Un ejército a su
espalda,
al fondo del precipicio,
de pinsapos multiplica
el verde de unos abetos
que recuerdan a los
mismos
que en montañas
singulares
de Xauén, allende el
mar,
son preciados por la
mágica virtud
visible aparente de sus
rarísimas ramas,
según cuentan lugareños
que supieron de viajeros
que los vieron con sus
ojos.
Con dos piedras Ben Zulema,
bajo el vuelo de los
buitres, casca almendras, se deleita
en la azul mañana clara;
de fondo, la bella estampa
del horizonte del mar
a pies de Yaziras Qadis.
Y,
más allá,
los indicios,
como un atisbo lejano,
una bruma visionaria,
una broma de espejismo,
un rumor visual de
tierra,
tierra de ultramar,
la tierra de donde los
bereberes
trajeron el dulce dátil
que mezclado con
almendras
en la cumbre Ben Zulema
ahora saboreaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario