No viajo todo lo que quisiera pero quejarme sería delito. En casa, tenemos una multicolor puerta de frigorífico repleta de imanes de lugares que hemos visitado en los últimos tiempos. Me temo que en breve tendremos que cambiar de nevera... Y me temo que de horno y de lavavajillas también, cuyas puertas no lucen magnéticos recuerdos pero sí acusan defectos que pueden llevarlos al punto limpio en cualquier momento.
En las últimas fechas, además de buscar imanes de los sitios a los que voy, intento contactar con poetas de los diferentes lugares para mantener encuentros poéticos, cafés literarios o, si se tercia, como ocurrió en Pamplona -inolvidable-, participar en recitales. Es emocionante, qué duda cabe, y merece la pena el intento por muchas razones. Creo que es obvio y no preciso decir razón alguna.
Lo curioso de todo esto es que en la actualidad tengo más relaciones con poetas de fuera de Cádiz que gaditanos. Y no lo veo lógico, sobre todo cuando, poéticamente hablando, Miguel Ángel García Argüez, Francisco Guerrero Bey y yo, por citar un ejemplo, hemos crecido juntos y juntos aprendimos a dejarnos cautivar por la poesía desde muy jóvenes hasta entregarnos plenamente a ella. O señalo el caso también de Alejandro Luque, que anda desde hace muchos años por Sevilla pero que compartimos muchas horas en la redacción de Cádiz Información; solo nos vemos cuando nos cruzamos por la calle y siempre dejamos en el aire ese "a ver si quedamos" tan odioso que nunca termina de hacerse efectivo. O el caso de José Ramón Ripoll, a quien conocí en Madrid y con el que no he logrado sentarme a tomar un café ni en Madrid ni en Cádiz a pesar de que uno y otro, con cierta frecuencia, andamos por allí y por acá.
Hace unos días, en conversación telefónica, García Argüez (Chapa) y yo dimos un golpe sobre la mesa con un "esto no puede seguir así" y quedamos. Pero son tantas las cosas que se nos acumulan en la distancia del tiempo para contarnos que hablamos casi de todo menos de poesía. El rato, eso sí, fue como siempre: fantástico.
Con afán de poner fin a esta sinrazón de nulidad de relaciones poéticas gaditanas, en fechas pasadas me puse en contacto con un colectivo que se denomina Poetas actuales y con el que me he comprometido a encontrarme en las ocasiones que sus integrantes se citen. Y un primer encuentro tuvo lugar en el seno de Piel de atún, unas jornadas que tuvieron lugar en el Castillo de Santa Catalina hace unas semanas, e invitado por ellos participé en un itinerario poético en el que me tocó recitar poemas en La Caleta, justo en el camino que lleva hasta el Castillo de San Sebastián, y bajo el busto de Paco Alba. Yo, con mi libro juanmanual de supervivencia en mano, cumplí con mi cometido y espero seguir manteniendo contacto con ellos, especialmente con Lola Fontecha, poeta jienense, y con Ramón Luque, un poeta isleño al que conocí en los primeros años del nuevo milenio cuando me tocó ejercer de periodista en San Fernando Información -y donde logré intimar poética y amistosamente hablando con Rafael Duarte, Juan Mena, Ricardo Bermejo y el desaparecido Manuel Pérez Casáux, entre otros-.
En Piel de atún también tuve ocasión de ofrecer un recital de poemas para cuatro gatos -que todo hay que decirlo- y en el que me acompañaron como asistentes mi compañera de suspiros, Ana, y mi pequeño pirata de melena rubia, Emir. Resultó anecdótico que, recitando el poema niño pequeño que fui, del ya mencionado libro, mi peque se acercara hasta mi posición de recitante y se convirtiera en protagonista del momento. No estaba preparado, por supuesto. Cosas del directo.
No es que me postule a favor de ningún corporativismo entre poetas, sobre todo teniendo en cuenta que yo soy muy mío y que los poetas, cada cual a su manera, también suelen ser muy suyos. Pero en mi lucha interna de sentimientos también considero propio que entre poetas nos echemos una mano estimulante. No creo que solo me ocurra a mí que, después de participar en un encuentro, me sienta atraído por repetir la experiencia en las mismas o en otras circunstancias sin caer, eso sí, en una rutina que para nada me atrae.
Lo comentaba con Chapa ese último día que compartimos un rato con varias cervezas y tantos asuntos de conversación: "Tú y yo somos los únicos culpables de que no quedemos más veces", le dije y él se mostró completamente de acuerdo conmigo. Dos personas no discuten si una de las dos no quiere. Y lo mismo ocurre con eso de verse y compartir un rato. Yo ando poniendo mi granito de arena en varias direcciones. Y me encantaría poder afirmar algún día que comparto más momentos literarios con poetas de mi entorno que de otros lugares del mundo. Pero me estoy viendo recitando poemas a los cuatro gatos de los bloques del Campo del Sur. Que no me entienden, ya; pero tampoco se marchan dejándome con mis versos en los labios.
Y para que no se diga, desde aquí invito a mis colegas, conocidos o no, a compartir ratos literarios que, estoy seguro, pueden ser tan productivos como el silencio de la soledad creativa que tanto nos atrae y cautiva. Lo dicho: por mi parte que no quede.
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