domingo, 19 de mayo de 2019

Día I d. J.C. (He vivido carnavales como para contar estas cosas - I)


Día I d. J.C.


La muerte de Paco Alba me pilló muy niño. Con poco más de seis años no seguía yo el Carnaval de motu proprio, pero mi padre sí; y recuerdo cómo él ponía el radiocasete en la ventana de la cocina que daba al patio de la casa de Marín, en la chiclanera calle Arroyuelo, donde yo vivía por entonces, escuchando la cinta de España y olé, por citar alguna de las primeras agrupaciones de mis más antiguos recuerdos comparsiles. También se me viene a la memoria, muy vagamente, lo confieso, a mi padre comentando con mi madre la muerte de Paco Alba. Yo no tenía ni puñetera idea sobre de quién hablaba, pero sí sabía que la muerte era asunto serio y preocupante.

Más recuerdos no tengo de aquel acontecimiento funesto, pero sí se me quedaron en la memoria algunas coplillas dedicadas a Paco Alba de agrupaciones de aquel año y posteriores. La que con mayor nitidez recuerdo es la letra del popurrí de la chirigota Los supermanes, de Chiclana, que obtuvo el primer premio infantil provincial en el concurso del Falla de 1980, y en la que yo pude haber salido de cajilla de no haber sido porque mi padre se negó en rotundo a ello. A mi padre del alma, con todo lo que lo quiero por ser mi padre y mi dios, culpo de y reprocho el haberme dado a probar del veneno del Carnaval tan de niño y el no haberme dejado pasar del sorbo hasta que no pudo sujetar más de las riendas de mi afición ya en mi juventud.

Con el tiempo, supe que la muerte de Paco Alba fue la gran tragedia para el mundo del Carnaval de aquellos tiempos. Y ahora, en estos días, y conociendo la trascendencia de la obra del Brujo, puedo hacerme una idea de lo que supuso su marcha definitiva. Con todo, me atrevo a decir sin cortedad de ningún tipo que desde entonces no había conocido ninguna noticia tan triste para el mundo del Carnaval; una pena tan honda, de tal calibre. Ninguna salvo la marcha de nuestro Juan Carlos; y digo bien, nuestro, porque siendo tan peculiarmente suyo como era, ahora ya es de todos los gaditanos y de todos los aficionados sin paliativos. Sí, creo que desde que se fue Paco Alba, los gaditanos no han saboreado un trago tan amargo.

Hoy domingo, día I d. de J.C., han pasado las horas y yo sigo igual de roto. ¡Joder: pues no que esta noche he soñado con una cabalgata de Carnaval y Juan Carlos cantando desde un balcón en San Juan de Dios, volviendo a la vida y saliendo ileso después de caerse del mismo! (Y eso que ahora no tengo camello). Pero no solo yo estoy roto, así que, aunque lo merezca, no preciso del pésame de nadie y sí necesito del abrazo de todos, como los abrazos que me di la noche del viernes en el tanatorio con mi querido Joaqui Revuelta y los suyos, con Javi Bohórquez y su gente, con Tino, con Kichy, con Manolo Perales … Porque todos estábamos rotos y rotos nos hemos quedado… O como las palabras que compartimos por teléfono mi hermano Antonio y yo, incrédulos, poco después del fatal desenlace que, para qué ocultarlo, esperábamos a sabiendas de lo feo que sabíamos que se había puesto el asunto en las últimas horas… O como mi abrazo y mis palabras con Fali Pastrana la tarde del viernes mismo al encontrarnos junto a las Puertas de Tierra… O como mis dolorosos silencios con mis siempre entrañables Budy… Edu…

No creo que Cádiz, los gaditanos, más allá de nuestra fiesta, hayamos vivido un poniente de triste frío como el de este fin de semana desde los tiempos de la huida de Paco Alba, insisto. Porque, lo comentaba con Ana, mi compañera de suspiros y respirares, lo de Juan Carlos va más allá de lo humano; y así, humanamente, se ha ido uno más y punto, como tantos que se han ido, más o menos cercanos, y tantos que se nos irán si no nos vamos nosotros antes. Y en lo personal, aún me late el corazón de tristeza acordándome de mi querido Valdivia, por ejemplo; o de mi primo hermano Dani, completamente ajeno a la fiesta, con la edad de Juan Carlos y tan de repente hace ya año y pico…

Pero lo del loco este que prefirió atender la llamada de Bob Dylan a recoger personalmente el Baluarte del Carnaval, lo del tío este, va más allá de lo personal y de lo humano; lo de este toca la fibra desde la más profunda admiración del creativo que llevamos dentro los que nos dedicamos a estas cosas del arte –aunque siempre haya algún gilipollas, incluso dentro de la fiesta, que no desaproveche la ocasión para señalarte de la manera más imbécil con el dedo y llamarte artista con todo lo despectivo que sale de su mala sangre chirigotera sin que nadie sepa ni cómo ni por qué carajo lleva ese envidioso veneno dentro; pero qué le vamos a hacer: el imbécil es también necesario en este mundo tan de variedades-. Y toca la fibra de lo creativo porque ya no habrá más pasodobles de Juan Carlos, ni más cuplés, ni más nabos como la torre de preferencia, ni más ironía en dosis tan chirigoteramente sangrantes.

Se nos acabó el cuento de Juan Carlos y ahora solo nos queda tirar de su legado y seguir aprendiendo. Pero el hito de referencia se acabó. Y ahora tendremos que conformarnos con el mito. Porque si algo hay que reconocerle a Juan Carlos es la forma en que nos ha puesto a todos, y digo a todos, las pilas para que en lo literario no se desperdicie ni una sola palabra de cuanto se diga. ¡Y de qué manera nos ha apretado los machos, carajo! Que a veces nos llevaba con la lengua fuera el hijoputa

Se nos ha ido Juan Carlos. En Cádiz no hacían falta ni sus apellidos para que todo el mundo supiera de quién se hablaba. De quién se habla. Esa deferencia no la ha tenido ni ese rey que había antes en España. Y como hablando de reyes siempre cabe el dicho de a rey muerto, rey puesto, hablando de nuestro Juan Carlos, que no necesitaba más corona que su gorra negra, al menos yo me siento emocionalmente obligado a decir que la leyenda de los genios de nuestra fiesta tiene una nueva página de oro abierta, porque el mito, la leyenda, no ha hecho más que empezar.

(¡Y a ti, Juan Carlos, con lágrimas de mi guitarra por pasodoble, solo decirte que, más tarde o más temprano, nos veremos, colega! Porque así es la vida y eso es lo que dicta el destino).

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