Día I d. J.C.
La muerte de Paco Alba me pilló muy niño. Con poco más de
seis años no seguía yo el Carnaval de motu
proprio, pero mi padre sí; y recuerdo cómo él ponía el radiocasete en la
ventana de la cocina que daba al patio de la casa de Marín, en la chiclanera
calle Arroyuelo, donde yo vivía por entonces, escuchando la cinta de España y olé, por citar alguna de las
primeras agrupaciones de mis más antiguos recuerdos comparsiles. También se me viene a la memoria, muy vagamente, lo
confieso, a mi padre comentando con mi madre la muerte de Paco Alba. Yo no tenía
ni puñetera idea sobre de quién hablaba, pero sí sabía que la muerte era asunto serio
y preocupante.
Más recuerdos no tengo de aquel acontecimiento funesto, pero
sí se me quedaron en la memoria algunas coplillas dedicadas a Paco Alba de
agrupaciones de aquel año y posteriores. La que con mayor nitidez recuerdo es
la letra del popurrí de la chirigota Los
supermanes, de Chiclana, que obtuvo el primer premio infantil provincial en
el concurso del Falla de 1980, y en la que yo pude haber salido de cajilla de
no haber sido porque mi padre se negó en rotundo a ello. A mi padre del alma,
con todo lo que lo quiero por ser mi padre y mi dios, culpo de y reprocho el
haberme dado a probar del veneno del Carnaval tan de niño y el no haberme
dejado pasar del sorbo hasta que no pudo sujetar más de las riendas de mi afición
ya en mi juventud.
Con el tiempo, supe que la muerte de Paco Alba fue la gran
tragedia para el mundo del Carnaval de aquellos tiempos. Y ahora, en estos
días, y conociendo la trascendencia de la obra del Brujo, puedo hacerme una idea de lo que supuso su marcha definitiva.
Con todo, me atrevo a decir sin cortedad de ningún tipo que desde entonces no había
conocido ninguna noticia tan triste para el mundo del Carnaval; una pena tan
honda, de tal calibre. Ninguna salvo la marcha de nuestro Juan Carlos; y digo
bien, nuestro, porque siendo tan peculiarmente suyo como era, ahora ya es de
todos los gaditanos y de todos los aficionados sin paliativos. Sí, creo que
desde que se fue Paco Alba, los gaditanos no han saboreado un trago tan amargo.
Hoy domingo, día I d. de J.C., han pasado las horas y yo
sigo igual de roto. ¡Joder: pues no que esta noche he soñado con una cabalgata
de Carnaval y Juan Carlos cantando desde un balcón en San Juan de Dios,
volviendo a la vida y saliendo ileso después de caerse del mismo! (Y eso que
ahora no tengo camello). Pero no solo yo estoy roto, así que, aunque lo
merezca, no preciso del pésame de nadie y sí necesito del abrazo de todos, como
los abrazos que me di la noche del viernes en el tanatorio con mi querido Joaqui
Revuelta y los suyos, con Javi Bohórquez y su gente, con Tino, con Kichy, con
Manolo Perales … Porque todos estábamos rotos y rotos nos hemos quedado… O como
las palabras que compartimos por teléfono mi hermano Antonio y yo, incrédulos,
poco después del fatal desenlace que, para qué ocultarlo, esperábamos a
sabiendas de lo feo que sabíamos que se había puesto el asunto en las últimas
horas… O como mi abrazo y mis palabras con Fali Pastrana la tarde del viernes
mismo al encontrarnos junto a las Puertas de Tierra… O como mis dolorosos
silencios con mis siempre entrañables Budy… Edu…
No creo que Cádiz, los gaditanos, más allá de nuestra
fiesta, hayamos vivido un poniente de triste frío como el de este fin de semana
desde los tiempos de la huida de Paco Alba, insisto. Porque, lo comentaba con
Ana, mi compañera de suspiros y respirares, lo de Juan Carlos va más allá de lo
humano; y así, humanamente, se ha ido uno más y punto, como tantos que se han
ido, más o menos cercanos, y tantos que se nos irán si no nos vamos nosotros
antes. Y en lo personal, aún me late el corazón de tristeza acordándome de mi querido
Valdivia, por ejemplo; o de mi primo hermano Dani, completamente ajeno a la
fiesta, con la edad de Juan Carlos y tan de repente hace ya año y pico…
Pero lo del loco este que prefirió atender la llamada de Bob
Dylan a recoger personalmente el Baluarte del Carnaval, lo del tío este, va más
allá de lo personal y de lo humano; lo de este toca la fibra desde la más
profunda admiración del creativo que llevamos dentro los que nos dedicamos a
estas cosas del arte –aunque siempre haya algún gilipollas, incluso dentro de
la fiesta, que no desaproveche la ocasión para señalarte de la manera más
imbécil con el dedo y llamarte artista con todo lo despectivo que sale de su mala
sangre chirigotera sin que nadie sepa ni cómo ni por qué carajo lleva ese
envidioso veneno dentro; pero qué le vamos a hacer: el imbécil es también
necesario en este mundo tan de variedades-. Y toca la fibra de lo creativo
porque ya no habrá más pasodobles de Juan Carlos, ni más cuplés, ni más nabos
como la torre de preferencia, ni más ironía en dosis tan chirigoteramente sangrantes.
Se nos acabó el cuento de Juan Carlos y ahora solo nos queda
tirar de su legado y seguir aprendiendo. Pero el hito de referencia se acabó. Y
ahora tendremos que conformarnos con el mito. Porque si algo hay que
reconocerle a Juan Carlos es la forma en que nos ha puesto a todos, y digo a todos,
las pilas para que en lo literario no se desperdicie ni una sola palabra de
cuanto se diga. ¡Y de qué manera nos ha apretado los machos, carajo! Que a veces
nos llevaba con la lengua fuera el hijoputa…
Se nos ha ido Juan Carlos. En Cádiz no hacían falta ni sus apellidos
para que todo el mundo supiera de quién se hablaba. De quién se habla. Esa
deferencia no la ha tenido ni ese rey que había antes en España. Y como
hablando de reyes siempre cabe el dicho de a
rey muerto, rey puesto, hablando de nuestro Juan Carlos, que no necesitaba
más corona que su gorra negra, al menos yo me siento emocionalmente obligado a
decir que la leyenda de los genios de nuestra fiesta tiene una nueva página de
oro abierta, porque el mito, la leyenda, no ha hecho más que empezar.
(¡Y a ti, Juan Carlos, con lágrimas de mi guitarra por
pasodoble, solo decirte que, más tarde o más temprano, nos veremos, colega! Porque
así es la vida y eso es lo que dicta el destino).
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