miércoles, 23 de septiembre de 2020

En el 150ª aniversario de la muerte de Valeriano Bécquer

Tal día como hoy, hace 150 años, murió Bécquer. El pintor. Valeriano. Allá en el madrileño barrio de la Concepción. En el hotelito que compartía con su hermano Gustavo, con quien convivía desde hacía más de dos años con los hijos de ambos desde que se separaran de sus respectivas esposas. Gustavo, el poeta, con quien tanto he venido compartiendo e intimando en los últimos tiempos, no me perdonaría si no escribiese algo al respecto. Pues aquí estoy, en ese cometido.

Para aquellos que no tengan referencia alguna de Valeriano, ofrezco una pinceladas rápidas de su vida y obra. Valeriano era unos dos años mayor que su hermano Gustavo y antes de que este marchara a Madrid persiguiendo sueños de gloria literaria ya compartieron vivienda juntos en su ciudad natal, Sevilla, durante un tiempo. Hay que recordar en este sentido que quedaron huérfanos muy jóvenes, niños aún, de padre y madre.

Valeriano secundó la tradición familiar de la pintura. Su padre, el maestro Pepe Bécquer, como era conocido, dominaba la ejecución de paisajes y retratos desde el costumbrismo de su estilo, hasta tal punto que su prestigio dio para llevar a su familia adelante con recursos y de manera holgada. Tal era el negocio de sus cuadros que un tratante gaditano de obras de arte se encargaba de vender sus obras en el mercado europeo, principalmente en Londres, donde era muy solicitado. En el Museo de Bellas Artes de Sevilla, en una de sus salas, hay un cuadro de José Bécquer realizado por otro grande del costumbrismo de la época, como era Esquivel.

Valeriano siguió los pasos de su padre y entre sus maestros tuvo a su tío Joaquín Bécquer, otro prestigioso de la pintura tradicional sevillana, primo hermano de su padre y su discípulo. Sus dibujos llenaron durante el tiempo que vivió numerosas páginas de periódicos y revistas en el Madrid de la segunda mitad del siglo XIX. Incluso, gozó de una partida presupuestaria otorgada por el gobierno de la época para recoger tradiciones y escenas que iban perdiéndose por los pueblos de España.

Con la caída de Isabel II, perdió esta bonanza económica y se trasladó a Toledo, junto con su hermano Gustavo y sus hijos, donde permanecieron por más de un año alejados de los movimientos revolucionarios iniciados con La Gloriosa. Ya a principios de 1870, Gustavo logró que el editor Eduardo Gasset y Artime creara el periódico quincenal La Ilustración de Madrid, del que el propio Gustavo fue el director literario y Valeriano uno de sus más destacados dibujantes, lo que propicio el regreso de ambos hermanos a Madrid. Pero la desgracia cayó sobre la familia y sin haber cumplido los 37 años Valeriano falleció después de casi dos meses de fiebres que los médicos no pudieron controlar.

El vacío que la muerte de Valeriano dejó en Gustavo quedó patente toda vez que la relación de ambos trascendía a lo artístico y creativo y, a la vez, a lo consanguíneo. Pero la desgracia familiar fue mucho más allá. Para asombro de todos los colegas de ambos, del orbe periodístico del Madrid de aquellos años convulsos, tres meses y un día después, a los 34 años de edad, fallecía Gustavo.


Valeriano y Cádiz

Varios son los vínculos que el pintor sevillano tuvo y tiene con Cádiz. Por un lado, casó con Winnefred Coghan, hija de un marino irlandés que fijó su residencia en El puerto de Santa María y que impidió en todo momento la boda de su hija con el pintor, algo que solo pudo producirse una vez murió aquel.

Pero en el plano artístico hay que destacar la obra expuesta en el Museo Provincial de Cádiz, Retrato de familia, es obra del pintor sevillano que destaca por su filiación romántica. Aunque en sus memorias Julia Bécquer, la hija del pintor, considerara que dicho cuadro recogía una escena de la familia Bécquer en  su casa sevillana, la crítica posterior ha podido comprobar que no era así, lo que no resta importancia a la calidad de la obra por su contenido y ejecución.

Pero hay más. Entre los fondos del Museo Provincial gaditano hay dos cuadros donados por Luis Siravegne en 1949 que están firmados por V. Bécquer y que, aunque en un primer momento se pensó que se trataban de dos pequeñas obras originales del mayor de los Bécquer (el mayor de los dos artistas, se entiende pues aún había un hermano mayor, Estanislao, ajeno al mundo artístico), estudios posteriores revelan que se trata de dos supuestas falsificaciones, lo que viene a ser un indicativo de la trascendencia de la figura de Valeriano.

Yo, sin embargo, prefiero poner en duda que efectivamente se trate de dos falsificaciones y me inclino por pensar que pudieran tratarse de dos obras realizadas al vuelo, a la ligera, como quien dice, entre las numerosas obras de pequeño tamaño que realizó Valeriano en su modus vivendi. En cualquier caso, estos dos pequeños cuadros en absoluto revelan la calidad de Valeriano como pintor y dibujante que, en vida y en muerte, recibió los mayores elogios de sus coetáneos.

(Post scriptum: Me hubiera gustado haber abordado el aniversario de la muerte de Valeriano con mayor detenimiento y no al vuelo de los cinco minutos que me han concedido mis ocupaciones del momento y echando mano de los datos que de memoria manejo prescindiendo de más contenido que guardo en la reserva de mis archivos fruto del trabajo de los últmos años dedicados al universo Bécquer. Ya tendré ocasión más adelante, espero. Solo ante Gustavo necesito justificarme y él sabe con qué cosas ando. Así que, lo sé, disculpará mis faltas. No me cabe duda).  

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