Cuantos especialistas fueron entrevistados por los
reporteros del programa (policía científica especializada, diseñadores gráficos
e incluso copistas de reconocido prestigio como los autorizados a realizar
copias de las obras pictóricas del Museo de Prado), coincidían en valorar las
falsificaciones de este delincuente buscado por la policía de medio mundo como
unos trabajos de excepcional calidad y llegaban a calificarlas de auténticas
obras de arte.
El falsificador, un hombre muy peligroso a juicio de las autoridades,
fue detenido y encarcelado. Y como es evidente, la pregunta no deja de estar
ahí. Con el encarcelamiento de una persona con las cualidades como las
evidenciadas por el falsificador, ¿acaso no se está despreciando una sabiduría
y forma de proceder que pueden resultar del todo beneficiosas para la sociedad en
tanto que su trabajo goza del reconocimiento y la admiración de los máximos
especialistas del diseño gráfico, por ejemplo? ¿No es aprovechable? ¿No es reciclable una persona así? Es algo parecido a lo que ocurre
con los piratas informáticos, que son auténticos maestros en la burla de los
encriptados sistemas de seguridad de todo tipo de sitios webs, oficiales o no.
¿Por qué acaban en la cárcel si demuestran ser mucho más inteligentes que
aquellos dedicados a mantener la seguridad en los dominios, por ejemplo,
gubernamentales? Pienso que es verdaderamente lamentable que gente tan excepcional acabe entre rejas; con la de delincuentes que gozan de privilegios... Y de escaños...
Pero claro, así es la sociedad de hoy día. Los auténticos
valores son depreciados; no convienen los inteligentes sino los borregos.
Solo hay que ver la tocata y fuga que interpretan los
grandes investigadores en nuestro país, donde Belén Esteban, por citar un
ejemplo aunque se trate del más manido, tiene más posibilidades de vivir con
holgura económica incluso como para ejercer de princesa del pueblo, que un
científico de carrera con reconocimientos académicos cum laude simplemente
sobrevivir.
Todos mis respetos para estos últimos. Pero también para el mejor de los falsificadores; y para los buenos piratas informáticos que se cuelan en los laberínticos caminos de los secretos oficiales; y para todos aquellos que sacan los colores de la vergüenza a quienes ostentan puestos y cargos que seguramente no merezcan porque los hay mejores que ellos. Ya me gustaría a mí acabar entre rejas por ser tan excepcional. Y eso se llama envidia cochina.
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