“Eskerrik asko”. En unas cuantas ocasiones habré dejado salir
esta expresión por mi boca, con más aire de anécdota que de otra índole por
aquello de lo exótico del euskera para un andaluz de Cádiz como yo. Pero en
esta ocasión que ahora refiero la anécdota quedaba bien al margen. Fueron mis
palabras primeras, por emoción, por convicción y por deseo, para iniciar mi intervención en el
encuentro con poetas navarros el pasado miércoles 17, en plena Semana Santa, en
la Taberna Garazi, en la calle Calderería, en pleno corazón de Iruña (o
Pamplona, que también se dice así).
Una semana antes contacté vía web con un colectivo de poetas
navarros con la única intención de mantener un encuentro informal, un café o lo
que fuera para compartir experiencias poéticas y poemas. La suerte me acompañó
desde un primer momento y fue una joven poetisa que escribe en euskera,
Matxalen Bezos, quien respondió a mi llamada invitándome a un encuentro de micrófono
abierto con otros poetas navarros en la citada taberna. De antemano, todo
resultaba emocionante.
Llegué a Pamplona la noche del martes antes y ya se sabe
cómo suele ser de apretada la agenda cuando se está de viaje. En estas, me vi
obligado a decidir entre pasar el miércoles en la siempre magnética selva de Irati con los míos o bien dejarme llevar por las calles de Pamplona para preparar en algún rincón mi encuentro poético previsto para las horas vespertinas. El hecho de haber podido compartir el día anterior una jornada de naturaleza norteña con mi compañera de caminos vitales, Ana, su hermano y anfitrión Ángel, mi alter ego pequeño y rubio Emir y su
hermana Adara, río arriba hasta el nacedero del Urederra, me llevó a dejar
Irati para otra ocasión más propicia de manera que pude tomarme los preparativos del
encuentro poético con la tranquilidad que este tipo de acontecimientos merece.
Así fue pues que, mi bolsa de trabajo al hombro y mi libro juanmanual de supervivencia en mano,
encontré rincones por Pamplona donde abstraerme un rato y llenarme un poco más
de unas esencias de las que hacía ya más de veinticinco años no me deleitaba. Y
en una de estas, en los jardines traseros de la catedral pamplonica, entre el Paseo
del Redín y la Ronda Obispo Barbazán, entre jardines verdes y mesas de piedra,
hojeé y ojeé mi juanmanual y elegí
los poemas que consideré oportunos para la ocasión.
Estos jardines que parecen concebidos para el descanso en
las horas de siesta me sirvieron para coincidir con varios jóvenes que
canturreaban a guitarra composiciones propias y otras conocidas. Venían de
Barcelona y a ellos dediqué el recitado de varios poemas, con lo que gané algo
de dicción para el postrer evento poético en una jornada tan silenciosa como
suelen ser las jornadas de reflexión y paseo en soledad cuando la poesía marca
el ritmo de los pasos, se esté por donde se esté, se vaya por donde se vaya e,
incluso, se esté con quien se esté. Con ellos rompí mi silencio y con ellos
compartí también algunas canciones, cervezas y vino. Y ellos se quedaron precisamente
uno de los ejemplares de mi juanmanual
que llevaba para repartir entre mis colegas poetas del encuentro de luego.
Y entre paseos, rincones, versos nuevos nacientes y demás, como
siempre suele ocurrirme, el reloj atravesó mi tiempo y la hora se me vino
encima y ya no me quedaba más que poner rumbo a la calle Calderería para
conocer personalmente a Matxalen y compartir con ella un café previo al acto,
que al final fueron tres. Los cafés, me refiero. Matxalen me esperaba ya a las
puertas del Garazi. Facebook y WhatsApp le pusieron cara desde días antes, pero
a su encantadora personalidad de chica poeta de Bermeo residente en Iruña solo
se podía acceder de manera personal.
Ya en la Taberna Garazi, conocí a Drako y su percusión,
liado con las pruebas de sonido; a Santi Busto y su guitarra, una acústica de
caja curvada y un precioso rojo de aspecto; y a Amaia Lasheras, con su chistera
tuneada y dispuesta a recitar sus cosas. Y al poco fueron llegando más poetas
navarros con los que tuve ocasión de departir antes del comienzo del acto.
Y cuando llegó la hora de los versos también llegó la hora
de las emociones. Nadie me conocía. Solo sabían de oídas y por Matxalen que llegaba
desde Cádiz un poeta con sus escritos para participar en el Miércoles Sospechoso organizado por Son Tal para Cual. Varios de los poetas
participantes me dedicaron algunos de sus poemas. Matxalen, incluso, que
escribe en euskera, tenía preparado el recitado de sus poemas en castellano; le
pedí que no, que recitara en su lengua de expresión y por fortuna me hizo caso.
Y ya todo fue un deshacerme en lágrimas casi sin parar. No sé qué hubiera sido
de mí y de mis emociones si no se hubiera programado un breve intermedio a modo
de descanso que me permitió huir a la calle y enjugar en las mangas de mi
camiseta negra mocos y lluvia ocular, en tanto que Matxalen me buscaba por
todos sitios, enviándome mensajes porque no me veía. Incluso mis nuevos colegas
catalanes, que se habían acercado al acto, intentaron animarme sorprendidos
porque yo apenas podía vocalizar palabra alguna. Son cosas que ocurren, cosas
del directo, cosas de la poesía que nunca me habían pasado antes en no sé cuántos
años dedicados a estos menesteres.
Como pude me repuse y de nuevo me encontré dentro de la
taberna de las emociones preparado para seguir deleitándome con los poemas de
mis colegas navarros. Y llegó mi turno. “¡Juanma! -dijo Amaia-, te toca”. Y en
un tris, juanmanual en mano, subí al
escenario y pronuncié mis primeras palabras: “Eskerrik asko”. Expresé mi
emoción del momento, contuve nuevas emociones aflorando y fui dejando poemas uno
tras otro usurpando tiempo y espacio hasta que Amaia me invitó amablemente a
dejarlo ya casi arrastrándome fuera del estrado. Lo merecía. Y eso sin cantar
un solo poema, porque si Santi llega a prestarme su guitarra…
Eso fue todo. Y todo fue eso. Más que suficiente para salir del Garazi aquella tarde y, dos días después, de Iruña, lleno, pletórico de sensaciones. Y ojalá algún día pueda devolver tanto como aquella tarde aquellos poetas navarros que me abrieron las puertas de su espectáculo y de su corazón me dieron. Quedo en deuda y espero pagar con creces. Y por todo ello no me queda más que decir, una y otra vez y las que hagan falta, ¡eskerrik asko! Y, por supuesto, ¡zuzeneco poesia!
Un placer Juan Manuel. La próxima hacemos una con la guitarra. Saludos.
ResponderEliminarSiempre serás bienvenido a Iruña. Una gran alegría leer tus emociones, que hayas disfrutado de este rincón poético y de sus habitantes. Versos y abrazos. Silvia
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