martes, 9 de febrero de 2021

el inventor del enchufe que no da calambre (juanmanual de supervivencia - LXXI)

 


el inventor del enchufe que no da calambre

 

el inventor del enchufe que no da calambre

es amigo mío…

 

bueno… lo conozco… sé quién es…

 

vamos… que nos cruzamos y nos saludamos… y charlamos…

 

y me cuenta sus inventos…

el enchufe que no da calambre…

el dispositivo que enciende la luz por inducción magnética…

el coche de juguete made in

a partir de una tarrina de margarina

de cuyo nombre no tengo por que querer acordarme ahora…

 

y los que no me cuenta… y que si me contara…

 

yo nunca he visto ninguno de sus inventos…

 

pero sí he podido contemplar con emoción la orgullosa sonrisa

que me invento en su rostro

cuando presto atención

con manifiesta admiración no forzada

a sus explicaciones…

con sumo interés y plurales dosis de credulidad…

y eso me entusiasma…

 

hay cosas que hay que tomar mucho más que demasiado en serio…


Perceberante (Palabrotario - CDL)

 


Perceberante. Consumidor compulsivo de percebes.


Sala de trofeos (Esto es Cádiz... Lo de mamar, lo dejo a tu elección - XXXVI)

 


Sala de trofeos

martes, 2 de febrero de 2021

El Loro: otro amigo que se me escapó (He vivido carnavales como para escribir estas cosas - III)

El Loro: otro amigo que se me escapó

 

A Lorito y a Claudio, con los muchos besos que aún tengo que darles en un abrazo infinito


El mensaje vía WhatsApp me llegó cuatro minutos después de media noche el pasado 26 de noviembre. Era Morales: “Hermano, tengo que darte una mala noticia”. Y continuaba con otro: “Nuestro amigo el Loro ha fallecido”.

Pues sí, el Loro se fue al barrio sin salida; y yo quiero pensar que lo hizo con su guitarra desnuda, mástil al hombro, mano en el cuello del clavijero, caja resonante en volandas y andares de despreocupación. Y desde el momento en que recibí la noticia sentí la llamada de la palabra para decir cosas desde mi dolor y en su memoria. Pero preferí llamar de inmediato al Lorito, porque sabía que, estuviera como estuviera de roto y a pesar de la hora, me cogería el teléfono. Lorito sabe cuánto le quiero a él y cuánto quise y quiero a su padre. Antes, Morales en otra llamada ya me puso de inmediato al tanto de todo. Y las palabras escritas…, pues dejé pasar los días para que fluyeran con reposo.

Conocí a Juan Antonio del Pino Suárez el mismo día que conocí al resto de componentes de la comparsa de los Majaras de El Puerto de Santa María. Hablo del verano de 2005. Y ahora os cuento el cómo.

Una tarde que recalé en la sede de la Asociación de  Autores del Carnaval de Cádiz para  echar un rato con mi añorado José Antonio Valdivia, entonces en la calle Veedor, este me retuvo en el local mientras terminaba algunas cosas con la propuesta compensatoria de acercarme en coche a casa, que lo tenía en el parquin de San Antonio . Y ya en mi antiguo barrio, el Avecrem, aún dentro del coche y antes de despedirnos, le pegunté: "¿Tienes ya alguna idea para el año que viene?". "Algo hay por ahí, pero todavía no lo tengo claro el todo", me respondió más o menos. Lo cierto es que Valdi no tenía cabeza para mucha fiesta: había males en casa y el peor de los finales llegó pocos meses después, en los primeros días de diciembre, cuando su compañera de vida y madre de sus dos hijas, Yoli e Inma, vistió de luto el corazón de mi amigo, hermano.

Pero aún era verano y estábamos en aquella conversación dentro de su coche. "Pues yo tengo una idea guapa, así que si te hace falta, te gusta y la quieres, para ti, te la regalo, porque yo no tengo intención de hacer comparsa para el año que viene; con la chirigota del Love, la del Morera y otros compromisos que tengo por ahí, creo que ya tengo bastante"."Dímela", me dijo curioso y yo le solté el nombre: La loca. No quiso ni preguntar de qué iba la cosa. Simplemente me dijo que se quedaba con el nombre y, mostrándome el brazo con los vellos erizados añadió: "Eso lo saco yo con los Majaras el año que viene como que me llamo José Antonio Valdivia Bosch". Luego sí me pidió que le explicara un poco la idea y cuando lo hice comprendió la dificultad que iba a entrañar plantearla y llevarla a cabo con un conjunto como el de El Puerto liderado por el gran Pedro el Majara. "Pues si necesitas la música del pasodoble, me lo dices, porque está hecha", añadí.

Y con esa invitación por mi parte, sin pensarlo un segundo, aparcó el coche y subimos a casa, a mi cuartito, en pleno corazón del Avecrem. Allí le canté el  pasodoble de medida y, sin saber qué decir, lo grabó y se lo llevó "porque el grupo se va a quedar muerto cuando escuche esto".

Unos días después, Valdi me llama por teléfono. "Quillo: que la gente de El Puerto quiere conocerte y el músico dice que ese pasodoble tiene que escucharlo por boca del autor y viéndolo a la guitarra, no en una grabación". El músico era Juan Antonio del Pino Suárez, el Loro; el mismo que había ido resolviendo las cuestiones y creaciones musicales de los Majaras desde hacía muchos años; el alter ego de Pedro pero en la sombra y guitarra en ristre, por decirlo de alguna manera. Y una tarde de aquel verano llegué al bar Triana, conocí al grupo, me senté delante de todos, muy abrumado pero con los nervios bien templados para afrontar un reto como el que tenía por delante sin yo haberlo pedido ni soñado pero, a qué negarlo, que resultaba sumamente placentero, y canté el pasodoble.

Cuando acabé sentí la emoción de haber dejado a un legendario grupo como el de El Puerto con la boca abierta. Pedro me miró a la cara, se me acercó y me preguntó con los ojos abiertos de par en par: "Pero, ¿tú quién eres? ¿Tú dónde has estado metido?". Y yo no sabía dónde meter la cabeza. El Loro, se dirigió a mí y me dijo: "Que sepas que fui yo el que le dijo a José Antonio que tú tenías que venir aquí a cantarnos el pasodoble, porque en el centro –refiriéndose al trío, que es como lo llaman en El Puerto- tiene unos cambios de compases muy raros pero que son espectaculares, y yo quería ver cómo lo hacías a la guitarra”.

Realmente fue un momento mágico; yo estaba en esa nube que se cuenta. Todos querían comentarme algo acerca del pasodoble en medio de una feliz tensión de nerviosismo ilusionante. Pero el Loro, aquel hombre de baja estatura, enjuto de carnes, con sobrante de tela en los vaqueros por todos lados y esencia en sus aires de rockero más que comparsista, pero en cualquier caso bohemio, elevando el tono de voz sobre el resto y con una pasión arrebatadora, me espetó en toda la cara: “Mira Juanma, ahora que he escuchado el pasodoble en directo y te he visto tocarlo, quiero decirte una cosa: ya no vuelvo a componer música para Carnaval nunca más". Yo no olvidaré ni aquel momento ni aquellas palabras del Loro; y estoy seguro de que algunos de aquellos majaras que estuvieron presentes aquel día también lo recordarán.

Comprenderá quien lea estas líneas que hay momentos inolvidables que uno tiene grabados entre sus recuerdos como si el fuego hubiera hecho un favor a la perpetuidad más eterna. Y también comprenderá que los diálogos que reproduzco en este escrito tienen la textualidad de mi memoria y la contextualidad de mi deseo de trasladar al lector a aquel momento recreándolo como creo que debo hacerlo con todas sus emociones.

Aquel día, en el local de ensayo del bar Triana, comenzó a cincelarse una trama de hermosa amistad con algunos componentes como el Morales y el propio Loro; y con este, las conversaciones sobre creatividad, música y poesía fueron multiplicándose de manera natural en el tiempo, convirtiéndose casi en nuestros asuntos de conversación cuando echábamos un rato con una cervezas y la guitarra de por medio, aun en medio del fragor de los ensayos.

El cariño mutuo en los dos años que estuve trabajando con la comparsa de los Majaras también prendió y se propagó hasta hacer de nuestra amistad un motivo para, de vez en cuando, encontrarnos y tener nuestras tertulias. Luego, el tiempo que estuve destinado como periodista en El Puerto Información sirvió para encontrarnos con algo más de frecuencia. Aunque su Juanito, el Lorito, ya componente de mis comparsas de Cádiz, se convirtió en fuerte puente de enlace entre los dos para saber el uno del otro.

El Loro, para quien no lo sepa, era un polémico. Un rebelde. No aceptaba las cosas por que sí. Necesitaba argumentos razonables. No había día en que no se formara alguna pajarraca en el local de ensayo a causa de sus discrepancias sobre la manera en que se hacían las cosas. Cuando no encontraba sentido a alguna parte del repertorio, sin embargo, me cogía aparte y me consultaba al respecto. Lo habitual era que después de mis explicaciones, no solo comprendiera la cuestión sino que la apoyara con una venda en los ojos y además se descojonara de risa a medida que iba comprobando cómo iban materializándose mis intenciones musicales o interpretativas con el grupo. Y entre carcajadas, como en un lenguaje exclusivo entre él y yo, me llamaba prácticamente de todo, nada bonito pero siempre desde la admiración más cariñosa.

Pero llegó otro día, uno de primavera de 2007. Me senté con la comparsa de los Majaras y comuniqué mi marcha. La decisión estaba tomada con mucha antelación; de hecho, el mismo día que estrenamos en el Gran Teatro Falla Bibbidi bobbidi buu… Los cenicientos, por la mañana, se lo anuncié a Valdi tomando café antes de ir al Falla a vernos con Queco Trinidad -otro abrazo enorme para él desde aquí en estos difíciles momentos-, que se encargaba aquel año de la escenografía de la comparsa.

Yo quise ser honesto, en primer lugar, conmigo mismo, y no deseaba que un posible buen resultado en el concurso propiciara algún cambio de decisión por mi parte y decírselo a mi hermano Valdi antes de que ninguna copla de la comparsa llegara al escenario era en cierta manera una forma de firmar ante notario que la decisión estaba tomada y era irrevocable. Pero esta decisión no llegó a conocimiento de la comparsa hasta el día de la reunión aquella tarde de la primavera.

Al principio, los Majaras pensaron que era una broma por mi parte. Luego, se convencieron e intentaron convencerme para que continuara al menos un año más. Pero a mí me gusta decir las cosas y cumplirlas con todas sus consecuencias porque, como ya dije en un poema que tal vez solo yo conozca, "tengo una palabra / y no quiero perderla". Pues bien, el Loro no estuvo en aquella reunión y no se enteró de mi despedida, y al día siguiente, cuando se pasó por el Triana y le dijeron que yo había dejado la comparsa, pensó que se burlaban de él. Pero cuando ya por fin dio crédito a mi marcha por cuanto le comentaban unos y otros, dijo a todos los presentes en el bar: "Voy a por tabaco". Y ya no volvió nunca más por la comparsa. Así era el Loro: genio y figura.

Pero el Loro era más; mucho más. El Loro era su propio universo, un diablillo niño en manos de la vida, un cantautor secreto de versos borrachos de ternura, un poeta para su musa eterna Maribel –¡y qué suerte tener siempre una musa!-, un libertino de las emociones y de las horas, un pirómano de inspiradoras piedras clandestinas, el barquero de las verdades para Juanito y Claudio… El amigo que sabía reírse de ti desde el cariño más profundo para no verte llorar… Y el rebelde que rebelaba al más sumiso si se lo proponía. Y también un hombre de El Puerto de Sata María que tocó la gloria en el nombre de su tierra, de Cádiz y del Carnaval escribiendo su nombre con diamantinas letras en la historia de la copla gaditana.

Hasta mi conversación telefónica con Juanito, no supe yo que el Loro llevaba algunos meses lejos de su mejor de su momento en lo que a salud se refería. Igual, de haberlo sabido y estando como han estado las cosas este 2020, tampoco hubiera podido echar algún rato con él a la guitarra y con unas cervezas de por medio. Sin embargo, y a pesar del dolor por la pérdida de un amigo, no me quedo con esa ingrata sensación de tristeza. Más bien, es como si confiara que más pronto que tarde, porque el tiempo vuela, fuera a encontrarme con él en algún momento del tiempo de lo etéreo, para hablar de poesía, filosofía, música y, si da lugar, por qué no, también de Carnaval. Pues entonces, que no se hable más. Y que así sea.

 



PD.: En su memoria, he dejado aquí el enlace de la actuación de Bibbidi bobbidi buu… Los cenicientos, del primer pase de semifinales. El motivo: durante la interpretación del pasodoble dedicado a Pedro el Majara, el Loro está visiblemente emocionado. Él no estaba muy de acuerdo con este tipo de coplas de homenaje, pero el Loro también era de carne y hueso, de alma y corazón. En definitiva, un sensible.


Arremangá (Esto es Cádiz... Lo de mamar, lo dejo a tu elección - XXXV)




Arremangá