Las cifras son malditas
Las cifras son malditas,
sin nombres ni apellidos.
Son números, variables matemáticas,
y nadie sabe cómo despejar
con solvencia la incógnita
que halle la solución
que todo el mundo busca
sobre un papel infecto
donde puede leerse la ecuación
'cero absoluto igual a covid-19'.
Pero las cifras son malditas, nadie
sabe ponerles nombres ni apellidos,
tal vez las iniciales
de distanciadas lágrimas
que pesan lo que pesa el desconsuelo
de los adioses crueles que por definitivos
son más crueles que todos los adioses
si van acompañados
de la ausencia de todos sus amores.
Digo amores de sangre o de costumbre.
Demasiado malditas son las cifras,
nadie pierde la cuenta, sin embargo.
Son diez, son cien, son mil, diez mil, son más,
muchos más, y uno ya es más que infinito,
con nombres y apellidos, más que anónimos,
lluvias que derramaron
carácter, emoción, pasión de vida misma,
hoy brisas de memorias
incontables por más que existan números.
Que hablen, si no, sus seres más queridos
que en vida los recuerdan
como palpitaciones
que laten en el pecho de constante.
Las cifras no son madres que parieron
ni padres dando gracias a la vida
por sus nuevos renuevos.
Las cifran son el frío que adjetivan.
Sin sustento no son hielo siquiera
y el humano calor es otra cosa.
Tengo un padre mayor. No tiene miedo
pues sabe que es finito.
Y una madre que tiene miedo, sí,
de que la lista ponga
sus ojos negros en alguno de sus vástagos.
Antes prefiere ser
la cifra del olvido,
la más entre las cifras más anónimas.
Tengo el mar en los ojos de una hija
que es playa de mis días,
y tengo el sol temprano en la melena
del hijo de mis sueños.
No tengo miedo, soy como mi padre,
pero igual que mi madre me horrorizo
solo pensar que un número sin suerte
se grabe en mi memoria
como una cifra anónima
entre olvidados números
con sangre de mi sangre sin fortuna.
Malditas sean las cifras.
Malditos los olvidos.
Maldita sea la fórmula de conjuntos vacíos.
Hoy saldré a mi ventana y mis aplausos
tendrán las sílabas de cada nombre,
todas las letras de cada apellido,
los suspiros de cada despedida,
resuelto a comprender sin matemáticas
ni calculadas cifras estadísticas
la ecuación del dolor más solidario.
Chiclana, a 19 de abril de 2020, desde el confinamiento.
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