domingo, 7 de julio de 2019

Salto en Santo Domingo (Breves relatos - I)


Con inusitada rapidez y una movilidad impropia para sus limitaciones, Xabier, sin que Íñigo pudiera intuirlo ni impedirlo, superó a fuerza de brazos la barrera y cayó al suelo segundos antes del paso de la manada. Correr el encierro no era posible, pero azuzar a los astados… Y lo arrollaron. Íñigo saltó luego, tarde, ya para abrazar en auxilio el cuerpo de su hermano, hendido de jirones blancos y pañuelitos de sangre brotándole por todo el cuerpo.

Desde lo de la enfermedad de su hermano, Íñigo se había negado a correr. Sin él, los encierros tenían menos aliciente. Xabier llegó a proponerle que lo empujara en su silla de ruedas; pero las mañanas de julio de los años últimos pasaron tras las barreras de Estafeta. Aquel año, no obstante, Xabier prefirió la cuesta de Santo Domingo e Íñigo no puso pegas.

Un equipo médico se hizo urgentemente con la situación mientras que Íñigo se maldecía, con desgarradores lamentos, por no haber presentido la intención de su hermano.

-¡Íñigo…! ¡Íñigo…!

Íñigo, entre llantos, no acertaba a responderle viéndole entre espasmos y temblores en el suelo.

-¡Íñigo…; no llores!-, suplicaba Xabier con lastimosos gritos de consuelo y risueñas lágrimas-. ¡Íñigo…! ¡Hermano…! ¡Me duelen las piernas…!

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