Cajón de poemas, comentarios, artículos, noticias, reportajes, crónicas, notas varias, reflexiones, imágenes comentadas y todo aquello que me venga en ganas... Cuando me venga en ganas...
Las
coplas que me bebo por Carnavales
curan
mis males de un año entero. Por
eso siento a veces que sobran meses
en mi almanaque de eterno
Febrero.
Y
si me lo ofrecieran, como un bendito,
ahora mismito yo
firmaría
por que febrero fuera la vida entera,
la
existencia, con sus mil y una noches
y hasta el fin de los días.
A Lorito y a Claudio, con los muchos besos que aún tengo que
darles en un abrazo infinito
El mensaje vía WhatsApp
me llegó cuatro minutos después de media noche el pasado 26 de noviembre. Era
Morales: “Hermano, tengo que darte una mala noticia”. Y continuaba con otro: “Nuestro
amigo el Loro ha fallecido”.
Pues sí, el Loro se
fue al barrio sin salida; y yo quiero pensar que lo hizo con su guitarra
desnuda, mástil al hombro, mano en el cuello del clavijero, caja resonante en
volandas y andares de despreocupación. Y desde el momento en que recibí
la noticia sentí la llamada de la palabra para decir cosas desde mi dolor
y en su memoria. Pero preferí llamar de inmediato al Lorito, porque sabía que, estuviera como estuviera de roto y a
pesar de la hora, me cogería el teléfono. Lorito
sabe cuánto le quiero a él y cuánto quise y quiero a su padre. Antes, Morales
en otra llamada ya me puso de inmediato al tanto de todo. Y las palabras
escritas…, pues dejé pasar los días para que fluyeran con reposo.
Conocí a Juan Antonio del Pino Suárez el mismo día que conocí
al resto de componentes de la comparsa de los Majaras de El Puerto de Santa María. Hablo del verano de 2005. Y
ahora os cuento el cómo.
Una tarde que recalé en la sede de la Asociación de
Autores del Carnaval de Cádiz para echar un rato con mi añorado José
Antonio Valdivia, entonces en la calle Veedor, este me retuvo en el local
mientras terminaba algunas cosas con la propuesta compensatoria de acercarme en
coche a casa, que lo tenía en el parquin de San Antonio . Y ya en mi antiguo
barrio, el Avecrem, aún dentro del
coche y antes de despedirnos, le pegunté: "¿Tienes ya alguna idea para el
año que viene?". "Algo hay por ahí, pero todavía no lo tengo claro el
todo", me respondió más o menos. Lo cierto es que Valdi no tenía cabeza para mucha fiesta: había males en casa y el
peor de los finales llegó pocos meses después, en los primeros días de
diciembre, cuando su compañera de vida y madre de sus dos hijas, Yoli e Inma,
vistió de luto el corazón de mi amigo, hermano.
Pero aún era verano y estábamos en aquella conversación
dentro de su coche. "Pues yo tengo una idea guapa, así que si te hace
falta, te gusta y la quieres, para ti, te la regalo, porque yo no tengo
intención de hacer comparsa para el año que viene; con la chirigota del Love, la del Morera y otros compromisos
que tengo por ahí, creo que ya tengo bastante"."Dímela", me dijo
curioso y yo le solté el nombre: La loca.
No quiso ni preguntar de qué iba la cosa. Simplemente me dijo que se quedaba
con el nombre y, mostrándome el brazo con los vellos erizados añadió: "Eso
lo saco yo con los Majaras el año que
viene como que me llamo José Antonio Valdivia Bosch". Luego sí me pidió
que le explicara un poco la idea y cuando lo hice comprendió la dificultad
que iba a entrañar plantearla y llevarla a cabo con un conjunto como el de El
Puerto liderado por el gran Pedro el
Majara. "Pues si necesitas la música del pasodoble, me lo dices,
porque está hecha", añadí.
Y con esa invitación por mi parte, sin pensarlo un segundo, aparcó
el coche y subimos a casa, a mi cuartito, en pleno corazón del Avecrem. Allí le canté el
pasodoble de medida y, sin saber qué decir, lo grabó y se lo llevó "porque
el grupo se va a quedar muerto cuando escuche esto".
Unos días después, Valdi
me llama por teléfono. "Quillo: que la gente de El Puerto quiere conocerte
y el músico dice que ese pasodoble tiene que escucharlo por boca del autor y
viéndolo a la guitarra, no en una grabación". El músico era Juan Antonio del
Pino Suárez, el Loro; el mismo que
había ido resolviendo las cuestiones y creaciones musicales de los Majaras desde hacía muchos años; el alter ego de Pedro pero en la sombra y
guitarra en ristre, por decirlo de alguna manera. Y una tarde de aquel verano
llegué al bar Triana, conocí al
grupo, me senté delante de todos, muy abrumado pero con los nervios bien templados
para afrontar un reto como el que tenía por delante sin yo haberlo pedido ni soñado
pero, a qué negarlo, que resultaba sumamente placentero, y canté el pasodoble.
Cuando acabé sentí la emoción de haber dejado a un legendario
grupo como el de El Puerto con la boca abierta. Pedro me miró a la cara, se me
acercó y me preguntó con los ojos abiertos de par en par: "Pero, ¿tú quién
eres? ¿Tú dónde has estado metido?". Y yo no sabía dónde meter la
cabeza. El Loro, se dirigió a mí y me
dijo: "Que sepas que fui yo el que le dijo a José Antonio que tú tenías
que venir aquí a cantarnos el pasodoble, porque en el centro –refiriéndose al trío,
que es como lo llaman en El Puerto- tiene unos cambios de compases muy raros
pero que son espectaculares, y yo quería ver cómo lo hacías a la guitarra”.
Realmente fue un momento mágico; yo estaba en esa nube que se
cuenta. Todos querían comentarme algo acerca del pasodoble en medio de una
feliz tensión de nerviosismo ilusionante. Pero el Loro, aquel hombre de baja estatura, enjuto de carnes, con sobrante
de tela en los vaqueros por todos lados y esencia en sus aires de rockero más
que comparsista, pero en cualquier caso bohemio, elevando el tono de voz sobre
el resto y con una pasión arrebatadora, me espetó en toda la cara: “Mira Juanma,
ahora que he escuchado el pasodoble en directo y te he visto tocarlo, quiero
decirte una cosa: ya no vuelvo a componer música para Carnaval nunca más".
Yo no olvidaré ni aquel momento ni aquellas palabras del Loro; y estoy seguro de que algunos de aquellos majaras que estuvieron presentes aquel
día también lo recordarán.
Comprenderá quien lea estas líneas que hay momentos
inolvidables que uno tiene grabados entre sus recuerdos como si el fuego
hubiera hecho un favor a la perpetuidad más eterna. Y también comprenderá que
los diálogos que reproduzco en este escrito tienen la textualidad de mi memoria
y la contextualidad de mi deseo de trasladar al lector a aquel momento
recreándolo como creo que debo hacerlo con todas sus emociones.
Aquel día, en el local de ensayo del bar Triana, comenzó a cincelarse una trama de hermosa amistad con algunos
componentes como el Morales y el propio Loro;
y con este, las conversaciones sobre creatividad, música y poesía fueron
multiplicándose de manera natural en el tiempo, convirtiéndose casi en nuestros
asuntos de conversación cuando echábamos un rato con una cervezas y la guitarra
de por medio, aun en medio del fragor de los ensayos.
El cariño mutuo en los dos años que estuve trabajando con la
comparsa de los Majaras también
prendió y se propagó hasta hacer de nuestra amistad un motivo para, de vez en
cuando, encontrarnos y tener nuestras tertulias. Luego, el tiempo que estuve
destinado como periodista en El Puerto
Información sirvió para encontrarnos con algo más de frecuencia. Aunque su Juanito, el Lorito, ya componente de mis comparsas de Cádiz, se convirtió en fuerte
puente de enlace entre los dos para saber el uno del otro.
El Loro, para quien
no lo sepa, era un polémico. Un rebelde. No aceptaba las cosas por que sí. Necesitaba
argumentos razonables. No había día en que no se formara alguna pajarraca en el
local de ensayo a causa de sus discrepancias sobre la manera en que se hacían
las cosas. Cuando no encontraba sentido a alguna parte del repertorio, sin
embargo, me cogía aparte y me consultaba al respecto. Lo habitual era que
después de mis explicaciones, no solo comprendiera la cuestión sino que la
apoyara con una venda en los ojos y además se descojonara de risa a medida que
iba comprobando cómo iban materializándose mis intenciones musicales o
interpretativas con el grupo. Y entre carcajadas, como en un lenguaje exclusivo
entre él y yo, me llamaba prácticamente de todo, nada bonito pero siempre desde
la admiración más cariñosa.
Pero llegó otro día, uno de primavera de 2007. Me senté con
la comparsa de los Majaras y
comuniqué mi marcha. La decisión estaba tomada con mucha antelación; de hecho,
el mismo día que estrenamos en el Gran Teatro Falla Bibbidi bobbidi buu… Los cenicientos, por la mañana, se lo anuncié
a Valdi tomando café antes de ir al
Falla a vernos con Queco Trinidad -otro abrazo enorme para él desde aquí en
estos difíciles momentos-, que se encargaba aquel año de la escenografía de la
comparsa.
Yo quise ser honesto, en primer lugar, conmigo mismo, y
no deseaba que un posible buen resultado en el concurso propiciara algún cambio
de decisión por mi parte y decírselo a mi hermano Valdi antes de que ninguna copla de la comparsa llegara al escenario
era en cierta manera una forma de firmar ante notario que la decisión estaba
tomada y era irrevocable. Pero esta decisión no llegó a conocimiento de la
comparsa hasta el día de la reunión aquella tarde de la primavera.
Al principio, los Majaras
pensaron que era una broma por mi parte. Luego, se convencieron e intentaron
convencerme para que continuara al menos un año más. Pero a mí me gusta decir
las cosas y cumplirlas con todas sus consecuencias porque, como ya dije en un
poema que tal vez solo yo conozca, "tengo una palabra / y no quiero
perderla". Pues bien, el Loro no
estuvo en aquella reunión y no se enteró de mi despedida, y al día siguiente, cuando
se pasó por el Triana y le dijeron
que yo había dejado la comparsa, pensó que se burlaban de él. Pero cuando ya por
fin dio crédito a mi marcha por cuanto le comentaban unos y otros, dijo a todos
los presentes en el bar: "Voy a por tabaco". Y ya no volvió nunca más
por la comparsa. Así era el Loro: genio y figura.
Pero
el Loro era más; mucho más. El Loro
era su propio universo, un diablillo niño en
manos de la vida, un cantautor secreto de versos borrachos de ternura, un poeta
para su musa eterna Maribel –¡y qué suerte tener siempre una musa!-, un
libertino de las emociones y de las horas, un pirómano de inspiradoras piedras
clandestinas, el barquero de las verdades para Juanito y Claudio… El amigo que sabía reírse de ti desde el cariño más
profundo para no verte llorar… Y el rebelde que rebelaba al más sumiso si se lo
proponía. Y también un hombre de El Puerto de Sata María que tocó la
gloria en el nombre de su tierra, de Cádiz y del Carnaval escribiendo su nombre
con diamantinas letras en la historia de la copla gaditana.
Hasta mi conversación telefónica con Juanito, no supe yo que el Loro
llevaba algunos meses lejos de su mejor de su momento en lo que a salud se refería.
Igual, de haberlo sabido y estando como han estado las cosas este 2020, tampoco
hubiera podido echar algún rato con él a la guitarra y con unas cervezas de por
medio. Sin embargo, y a pesar del dolor por la pérdida de un amigo, no me quedo
con esa ingrata sensación de tristeza. Más bien, es como si confiara que más
pronto que tarde, porque el tiempo vuela, fuera a encontrarme con él en algún
momento del tiempo de lo etéreo, para hablar de poesía, filosofía, música y, si
da lugar, por qué no, también de Carnaval. Pues entonces, que no se hable más.
Y que así sea.
PD.: En su memoria, he dejado aquí el enlace de la actuación de Bibbidi bobbidi buu… Los cenicientos,
del primer pase de semifinales. El motivo: durante la interpretación del
pasodoble dedicado a Pedro el Majara,
el Loro está visiblemente emocionado.
Él no estaba muy de acuerdo con este tipo de coplas de homenaje, pero el Loro también era de carne y hueso, de
alma y corazón. En definitiva, un sensible.